En medio del dolor, muchas veces no hay palabras. Mi alma se siente entumecida; mi mente se queda en blanco. Sé que necesito permanecer en comunión con Dios, la fuente de vida, pero no tengo nada que decir. Todo parece sin sentido. Todo se siente inútil y ridículo. ¿Cómo podemos orar cuando no tenemos palabras?
He estado ahí antes. Todo en mí grita: ¡¿Qué más da?! ¿Para qué orar otra vez? ¿Para qué leer lo mismo de siempre? Salir de la cama no es una opción, mucho menos dirigirle la palabra a alguien más… incluyendo a Dios.
Suena irreverente y quizá lo es. Pero muchos creyentes nos hemos encontrado en esa situación más de una vez. De nada sirve negarlo.
Quedarse sin palabras no es para los “débiles” en la Fe.
Sabemos que Job, el hombre más íntegro de la tierra, quedó tan devastado por su aflicción que pasó siete días sentado en silencio junto a sus amigos, pues “su dolor era muy grande” (Job 2:13).
Spurgeon no fue el mismo después de una infame broma pesada que resultó en la muerte de siete personas. El príncipe de los predicadores se dirigía a un grupo de miles de personas cuando alguien gritó “¡Fuego!” y provocó una estampida humana. Después del incidente, su esposa Susannah escribió: “La angustia de mi amado era tan profunda y violenta, que la razón parecía tambalearse en su trono, y a veces temíamos que nunca más predicara”.
Cuando no hay palabras, no es necesario pintarte una sonrisa en el rostro y decir las cosas que has escuchado una y otra vez en la iglesia.
No es necesario recitar las “respuestas correctas” de los cristianos. En la aflicción, nuestro primer instinto suele ser sacudirnos el polvo y fingir que todo está bien. Y cuando ya no hay fuerzas para hacer eso, simplemente nos derrumbamos y dejamos arrastrar en una espiral de amargura.
Pero hay otra opción. Cuando no tenemos palabras, podemos usar las palabras de Dios.
Oraciones inspiradas
En la Biblia, Dios no solo dejó instrucciones. Y la historia de Israel tampoco es lo único que encontramos. Si eso hubiera sido todo, la Escritura seguiría siendo grandiosa. Seguiría siendo asombroso que el Dios del universo decidiese revelarse a nosotros a través de leyes y narrativa.
Con todo, Dios no se quedó ahí. Él también inspiró poemas. Más que eso: Dios inspiró oraciones. Piensa un momento en lo increíble que es esto. Dios inspiró palabras, escritas por salmistas, para que se las dijéramos de vuelta. Cuando no tenemos palabras, podemos usar las palabras de Dios.
“Cansado estoy de mis gemidos; Todas las noches inundo de llanto mi lecho,
Con mis lágrimas riego mi cama. Se consumen de sufrir mis ojos;
Han envejecido a causa de todos mis adversarios”, Salmo 6:6-7.
Orar los Salmos
Cuando no tengas palabras, toma un cuaderno y una pluma. Toma tu Biblia y ábrela en el libro de Salmos. Solo empieza a escribir. No necesitas fingir que todo está bien. Ni siquiera necesitas pretender que tienes ganas de hacer lo que estás haciendo. Lo único que necesitas es reconocer tu necesidad e ir delante de Dios creyendo que Él la suplirá.
Si no tienes palabras, no te dejes derrumbar por el silencio.
Dios te ha dado sus propias palabras para que las hagas tuyas.
Escribe y lee detenidamente. Poco a poco tu corazón se irá calentando a la luz de las palabras de Dios. Cuando llegues a salmos llenos de lamento, haz del clamor del salmista tu propio clamor. Cuando te encuentres con salmos llenos de fe y esperanza, que no se parezcan nada a lo que sientes ahora mismo, puedes pedir que Dios haga crecer esa misma fe en tu corazón.
“¿Hasta cuándo, oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás de mí Tu rostro? ¿Hasta cuándo he de tomar consejo en mi alma,Teniendo pesar en mi corazón todo el día? ¿Hasta cuándo mi enemigo se enaltecerá sobre mí?”, Salmo 13:1-2.
Si no tienes palabras, no te dejes derrumbar por el silencio. Dios te ha dado sus propias palabras para que las hagas tuyas. Él usará esas palabras para traer luz a tu alma y transformarte a la imagen de Cristo. Muy posiblemente no sientas que será así. Tal vez lo ves como algo imposible. No importa. No tienes que “sentirlo” para creer. Tu fe —por pequeña que sea— se demostrará al romper el vacío al hablar las palabras de Dios. Una a la vez.
El Espíritu Santo inspiró palabras que, si no fuera porque las encontramos en la Biblia, muchos de nosotros jamás nos atreveríamos a pronunciar. Pero Dios sabía que llegaría este momento. Este momento en el que no tienes nada que decir. Dios conoce tu agonía aún mejor que tú mismo, así que no intentes esconderla. Exprésala sin temor. Y cuando no tengas palabras para hacerlo, puedes tomar prestadas las palabras de la Biblia.