domingo, 1 de septiembre de 2019

La relación entre la oración y la acción

Tiempo atrás conocí a una familia muy especial, en la cual dos de los hijos estudiaban en la misma escuela, en el mismo curso y por supuesto con la misma maestra. Lo curioso es que uno de ellos sacaba casi siempre buenas calificaciones, mientras el otro difícilmente lograba mantenerse a flote. Los Padres intrigados por tal situación decidieron averiguar lo que estaba sucediendo. 
Mucha fue su sorpresa cuando descubrieron que en la semana de exámenes uno de los hijos se la pasaba orando, mientras el otro se la pasaba estudiando. Al indagar el motivo para este comportamiento, encontraron que entre los dos hermanos habían hecho un pacto para rendir bien en la escuela. Se dividieron responsabilidades. El uno iba a estudiar, mientras el otro iba a orar. Por supuesto entonces, cuando llegaban los exámenes, el que estudió sabía lo que debía responder, pero el que oró no sabía ni donde estaba parado. 
Este comportamiento infantil ilustra algo muy importante para nosotros los adultos. 
A veces pensamos que con la oración nos liberamos de nuestras responsabilidades que como hijos de Dios tenemos delante de Él. Somos como el niño del ejemplo, que piensa que por orar solamente Dios le va a permitir sacar buenas calificaciones. 
Por eso, el tema es la relación entre la oración y la acción. 
Hay un dicho muy conocido que reza así: A Dios rogando pero con el martillo golpeando. Este dicho apunta hacia el equilibrio que debe existir entre la oración y la acción. 
Orar sin actuar es hipocresía, pero a la vez actuar sin orar es presunción. 
Conozco a muchísimos creyentes que toman bastante tiempo para orar por la salvación de los incrédulos, pero jamás se dignan testificar a un incrédulo o entregar un folleto evangelista a un desconocido. Su falta de acción les delata como hipócritas. Pero conozco también de creyentes que gastan su vida en la obra del Señor, pero descuidan al Señor de la Obra. 
Difícilmente encuentran tiempo para invertir en la oración y como consecuencia, su trabajo además de ser presuntuoso, no pasa de ser un mero esfuerzo de la carne. Hay un pensamiento que puede revolucionar nuestro concepto de oración. 
Necesitamos entender que entre Dios y nosotros formamos un equipo. El éxito o el fracaso de un equipo depende de sí los miembros del equipo están cumpliendo con sus responsabilidades. Pensemos en un equipo de fútbol por ejemplo. Puede ser que tenga una delantera extraordinaria, pero si su defensa es mala, el fracaso del equipo estará a la puerta. 
En el equipo de Dios y nosotros, Dios no puede fallar jamás, pero nosotros lamentablemente fallamos a menudo. 
En el equipo que formamos con Dios, nuestra responsabilidad es hacer lo que podemos hacer. Dios no espera de nosotros algo que esté fuera de nuestras posibilidades. En cambio, la responsabilidad de Dios es hacer lo que nosotros no podemos hacer. 
Trataré de ilustrarlos por medio de un ejemplo. 
Cuando Lázaro, el gran amigo de Jesús murió, se presentó la oportunidad perfecta para aplicar este principio. Allí estaba una multitud y Jesús ante la tumba de Lázaro. La multitud no podía hacer que Lázaro resucite, Jesús en cambio si podía. La orden de Jesús a la multitud fue: Quitad la piedra. ¿Acaso Jesús no podía hacer que la piedra se quite con solo una orden?. 
Si que podía y la piedra habría volado por los aires. Pero no lo hizo para mostrar que el hombre tiene también que hacer su parte en la obra de Dios. 
Cuando la piedra fue quitada, Jesús clamó a gran voz: Lázaro, ven fuera. Lázaro que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas y el rostro envuelto en un sudario. 
Una vez más aquí. ¿Acaso Jesús no podía hacer que las vendas y el sudario se retiren por sí solas del cuerpo de Lázaro? Si que podía, pero no lo hizo, porque esto era algo que podía hacer alguno de la multitud. Por eso ordenó: Desatadle y dejadle ir. 
Si, mi querido hermano, amigo o Lector, con Dios formamos un equipo, él está dispuesto a hacer lo que para nosotros es imposible, pero también él espera que nosotros hagamos lo que nos es posible. Está bien orar pidiendo la intervención divina en determinada situación, pero al mismo tiempo necesitamos actuar para conseguir lo que buscamos. 
Si un hermano hubiera perdido su empleo, está bien que de rodillas ore al Señor por otro empleo, pero a la vez tendría que llenar solicitudes de trabajo en cualquier lugar que sea. 
El Apóstol Pablo, por ejemplo oraba por las iglesias en las cuales ministró, pero no quedó todo allí, también las visitó, aconsejó, enseño, envió cartas, etc. 
Jesús oró por sus discípulos, pero también invirtió su tiempo diariamente con ellos en forma práctica y activa. 
Está bien orar para que Dios cubra las necesidades de los hermanos, pero también debemos estar dispuestos a dar algo de nosotros para cubrir esas necesidades. 
Josué y David oraron antes de entrar en batalla, pero también tuvieron que organizar sus ejércitos y pelear. 
Debemos orar por un avivamiento en nuestra vida personal, así como en nuestra iglesia local, pero la oración debe estar acompañada de la confesión del pecado y un compromiso delante de Dios de apartarnos del mal. Proverbios 28:13 dice: El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. En su reprensión a la iglesia de Éfeso, el Señor Jesucristo les invitó a arrepentirse pero también a hacer las primeras obras. 
Apocalipsis 2:5 dice: Recuerda, por tanto, de dónde has caldo, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido. Debemos orar para crecer espiritualmente, pero debemos agregar a nuestras oraciones una vida disciplinada de estudio de la Palabra del Señor y un compromiso de aplicar la Palabra del Señor a cada situación de nuestra vida diaria. 
El hecho que Dios en su Gracia y Misericordia está dispuesto a contestar nuestras oraciones no quiere decir que orar nos libera de nuestras responsabilidades humanas como siervos y embajadores de Cristo. En los anales de la historia del cristianismo existe un nombre que brilla con luz propia. Es David Brainerd. Un hombre de gran poder espiritual. El ministerio que este hombre realizó por medio de la oración es simplemente extraordinario. 
De este guerrero de la oración se ha escrito lo siguiente: En la profundidad de esos bosques de Norteamérica, solo, imposibilitado de hablar el lenguaje de los indios, pasaba literalmente días enteros en oración. ¿Cuál era el motivo por el cual oraba? Sabia que no podía alcanzar a esos salvajes si no comprendía su idioma. Si quería hablarles algo, debía encontrar alguien quien pueda aunque sea vagamente interpretar su pensamiento, por tanto, sabia que cualquier cosa que hiciera debería ser en absoluta dependencia del poder de Dios. Así que, se pasaba días enteros en oración, simplemente confiando en que el poder del Espíritu Santo se manifieste de alguna manera para que él pueda comunicar a los indios el glorioso mensaje del evangelio. 
La respuesta a sus fervientes oraciones tardó pero llegó. Dios proveyó un indígena dispuesto a traducir para Brainerd. La primera vez que Breinard predicó, su traductor estaba tan borracho que difícilmente podía mantenerse en pie, pero aún así, Breinard lo utilizó porque no tenia ninguna otra alternativa. Al hacer la invitación a aceptar a Cristo fueron muchos los que respondieron al llamado. Dios había manifestado su poder en respuesta a la oración de un hombre que a la par de orar dio todo para cooperar con Dios en la consecución de la meta. 
Esta es justamente la lección que queremos dejar. 
La oración y la acción siempre van de la mano, es imposible divorciar lo uno de lo otro. Es posible que Ud. halla escuchado muchos buenos principios sobre la oración. Lo que sepamos sobre la oración no nos ayudará en nada si somos renuentes a orar. 
A Dios no le impresiona cuanto sepamos sobre la oración, lo que a Él le interesa es que oremos. Por nuestra parte, estamos convencidos que todavía el mundo no ha sido testigo de lo que Dios podría hacer si su pueblo orara de verdad, y por eso nos hemos sentido motivados a animar a los hijos de Dios a hacer un mejor uso de esta arma tan poderosa que Dios ha puesto en nuestras manos, la oración.