domingo, 6 de octubre de 2019

La oración como búsqueda de la gloria de Dios

Escuchemos las palabras de Jesús en Juan 14:13: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (RV60). Ahora, supongamos que estás totalmente paralizado y que no puedes hacer nada por ti mismo salvo hablar. Y supongamos que un amigo fuerte y de quien te puedes fiar te promete vivir contigo y hacer lo que necesites que que haga por ti. ¿Cómo podrías glorificar a tu amigo si un extraño viniera a verte? ¿Glorificarías su generosidad y fuerzas tratando de saltar de la cama y de moverte? 
¡No! Le dirías: “Amigo, por favor, ven y levántame, ¿puedes poner un almohadón en mi espalda para que pueda ver a mi huésped? ¿Puedes ponerme las gafas?”. Y así, tu visitante podría conocer por tus peticiones que necesitas ayuda y que tu amigo es fuerte y bondadoso. Glorificas a tu amigo pidiéndole ayuda, y contando con él. 
En Juan 15:5 dice Jesús: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (RV60). Así que estamos verdaderamente paralizados. Sin Cristo no somos capaces de hacer nada bueno. Como dice Pablo en Romanos 7:18, yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien. Pero, según Juan 15:5, Dios trata de hacer algo bueno por nosotros, trata de que llevemos fruto. Así que, como nuestro amigo fuerte y fiable —”os he llamado amigos” (Jn. 15:15 RV60)—, promete hacer por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos. 
La oración nos humilla como pobres necesitados y exalta a Dios como alguien pudiente. 
¿Cómo podemos glorificarle entonces? Jesús nos ofrece la respuesta en Juan 15:7: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (RV60). ¡Oramos! Le pedimos a Dios que haga por nosotros a través de Cristo lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos: llevar fruto. El versículo 8 nos ofrece el resultado: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto”. Por tanto, ¿cómo es glorificado Dios por medio de la oración? Al orar admitimos con sinceridad que sin Cristo no podemos hacer nada. Y la oración es la vuelta de nosotros mismos a Dios con la confianza de que Él proveerá la ayuda que necesitamos. La oración nos humilla como pobres necesitados y exalta a Dios como alguien pudiente. 
En otro texto de Juan que muestra cómo la oración glorifica a Dios, Jesús le pide a una mujer un trago de agua. 
“La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías , y él te daría agua viva”, Juan 4:9-10 RV60. 
Si fueras un marinero gravemente enfermo de escorbuto y un hombre generoso llegara en otro barco con sus bolsillos llenos de vitamina C y te pidiera un zumo de naranja, puede que se lo dieras. Pero si supieras que él es generoso y que tiene todo lo que tú necesitas para estar bien, volverías las tornas y le pedirías ayuda a él. 
Jesús le dice a la mujer: “Si conocieras el don de Dios y quién soy, tú me pedirías a mí, ¡orarías a mí!”. Existe una relación directa entre no conocer a Jesús bien y no pedirle demasiado. Fallar en nuestra vida de oración es generalmente fallar en nuestro conocimiento de Jesús. “Si conocieras quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías”. Un cristiano que no ora es como un conductor de autobús que trata de empujar solo su autobús para sacarlo de un bache porque no sabe que Clark Kent está a su lado. Si conocieras… tú le pedirías . Un cristiano que no ora es como quien tiene su habitación con las paredes forradas de cheques gratuitos del Sak’s de la Quinta Avenida pero compra siempre en las rebajas del rastro porque no sabe leer. Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice… tú le pedirías, ¡tú le pedirías! 
Y eso quiere decir que aquellos que piden —los cristianos que invierten tiempo en oración— lo hacen porque ven que Dios es el gran Dador y que Cristo es sabio, misericordioso, y poderoso más de lo que nos podemos imaginar. Y, por tanto, su oración glorifica a Cristo y honra a su Padre. El principal propósito del hombre es glorificar a Dios. Por tanto, cuando nos convertimos en aquello para lo que Dios nos creó nos convertimos en personas de oración. 
No honramos a Dios proveyendo para sus necesidades, sino orando para que Él provea para nosotros y confiando en que responderá. 
Charles Spurgeon predicó en cierta ocasión un sermón sobre este asunto y lo denominó “El texto de Robinson Crusoe”. Comenzó así: 
“Robinson Crusoe había naufragado. Había quedado abandonado en la isla desierta totalmente solo. Su situación era lamentable. Se fue a dormir y fue atacado por la fiebre. Esta fiebre le duró mucho tiempo y no tenía a nadie que estuviera con él, nadie que pudiera siquiera traerle un vaso de agua fresca. Estuvo a punto de morir. Estaba acostumbrado a pecar y tenía todos los vicios típicos de los marineros; pero su difícil situación le llevó a pensar. Abrió una Biblia que encontró en su pecho y sus ojos se detuvieron en este pasaje: ‘Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás’. Aquella noche oró por primera vez en su vida, e inmediatamente después sintió en él esperanza en Dios, lo que marcó el nacimiento de una vida celestial”. 
El texto de Robinson Crusoe era el Salmo 50:15. Es la forma que Dios tiene de conseguir ser glorificado: ¡Ora a mí! ¡Te liberaré! Y el resultado será: ¡Tú me glorificarás! 
La explicación de Spurgeon es perspicaz: 
“Dios y el hombre en oración tienen ambos su papel […] En primer lugar está lo que te corresponde a ti: ‘Invócame en el día de la angustia’. En segundo lugar tenemos lo que le corresponde a Dios: ‘Te libraré’. De nuevo entras tú en acción, porque serás liberado. Y de nuevo será el turno de Dios: ‘Tú me honrarás’. Aquí tenemos un convenio, un pacto en el que Dios entra contigo, con aquel que ora a Él y a quien Él ayuda. Él dice: ‘Tú recibirás la liberación, pero yo debo recibir la gloria’… Estamos ante una comunión maravillosa: obtenemos lo que tanto necesitamos, y todo lo que Dios recibe es la gloria debida a su nombre”. 
¡Una comunión ciertamente maravillosa! La oración es el verdadero corazón del hedonismo cristiano. Dios recibe la gloria; nosotros nos deleitamos. Él es honrado precisamente porque muestra su plenitud y fuerza para liberarnos y llevarnos al gozo. Y nosotros recibimos la plenitud de gozo precisamente porque Él es la fuente plenamente gloriosa y la meta de la vida. 
Estamos ante un gran descubrimiento. No honramos a Dios proveyendo para sus necesidades, sino orando para que Él provea para nosotros y confiando en que responderá. 

Nota del editor: 
Este es un fragmento adaptado del libro Sed de Dios: Meditaciones de un hedonista cristiano (Andamio Publicaciones, 2011), de John Piper.